EL SENTIMIENTO ES LO MÁS IMPORTANTE
Eludo el tema que había prometido comentar en
esta entrada, porque he tenido la desgracia de que un hombre bueno, a quien
quería de verdad, ha muerto. Un hombre que, como todos nosotros, iba a morir,
pero no tan pronto, sin que nadie lo esperara,
contento consigo mismo, plantando árboles para la posteridad en la
tierra de todos, haciendo lo que quería estando jubilado, sin darse cuenta ni
hacer ruido, aunque su desaparición, a sus más próximos, les sobrecogiera y
dejara un vació como el que dejan los hombres buenos y yo envidie su forma de
partir.
Obligada y socialmente debía de acudir,
cuanto menos, a su entierro y en mi foro interno, el sentimiento por su muerte
originaba la disyuntiva entre voces diferentes, entre el dolor consciente que
padecía y la subconsciente tradición que permanece atrapándome hasta el extremo
de hacerme su esclavo.
Y, seguramente, no lo hice incumpliendo
normas escritas que se siguen a ultranza y no comparto. Detesto recordar la
imagen del cadáver de un ser querido en lugar de evocar su cara, su presencia
viva, templada, llena de bondad y de entusiasmo. En todos los casos, evito
contemplar al muerto y, más aún, si lo quise, si algo noble sentí por él. Me
resisto al compromiso de la sociedad que te obliga a ello. Y lo vengo haciendo
siempre que puedo, olvidándome del qué dirán, de la reprobación social e
indiferente. No deseo mantener en mi retina un ser inmóvil, sin alma, tratando
de que su figura permanezca por siempre viva en mí, sin doblegarme a unas leyes
sociales impuestas por las costumbres. Pero eso me acarrea, inevitablemente,
problemas. Más fácil sería mantener las reglas y acompañar a la familia,
hacerte notar dando el pésame, asistir a un sepelio religioso que no crees,
algo así como quitarte de encima a un mendigo dándole una moneda, sin importarte
por qué la pide.
Deseo morir como Pepe murió: Solo, sin que
nadie lo espere, con el don de ser
bendecido por los dioses y continuar viviendo en nuestra memoria.
Anhelo, por último, saber gozar del presente
sin esperar nada como lo hacía él, a quien admiraba. Una excepcional persona que supo
mantener el cariño de su mujer, de sus hijos, de sus nietos, de alguien, como
yo, que trataba de imitarle para lograr algo de la felicidad que él derrochaba.
Trataré de aceptar las cosas como él las
aceptaba, para tener algo de su grandeza.
Siempre estará vivo mí y, como tal, continuaré pensando en él.
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