viernes, 20 de abril de 2012


EL SENTIMIENTO ES LO MÁS IMPORTANTE




Eludo el tema que había prometido comentar en esta entrada, porque he tenido la desgracia de que un hombre bueno, a quien quería de verdad, ha muerto. Un hombre que, como todos nosotros, iba a morir, pero no tan pronto, sin que nadie lo esperara,  contento consigo mismo, plantando árboles para la posteridad en la tierra de todos, haciendo lo que quería estando jubilado, sin darse cuenta ni hacer ruido, aunque su desaparición, a sus más próximos, les sobrecogiera y dejara un vació como el que dejan los hombres buenos y yo envidie su forma de partir.

Obligada y socialmente debía de acudir, cuanto menos, a su entierro y en mi foro interno, el sentimiento por su muerte originaba la disyuntiva entre voces diferentes, entre el dolor consciente que padecía y la subconsciente tradición que permanece atrapándome hasta el extremo de hacerme su esclavo.

Y, seguramente, no lo hice incumpliendo normas escritas que se siguen a ultranza y no comparto. Detesto recordar la imagen del cadáver de un ser querido en lugar de evocar su cara, su presencia viva, templada, llena de bondad y de entusiasmo. En todos los casos, evito contemplar al muerto y, más aún, si lo quise, si algo noble sentí por él. Me resisto al compromiso de la sociedad que te obliga a ello. Y lo vengo haciendo siempre que puedo, olvidándome del qué dirán, de la reprobación social e indiferente. No deseo mantener en mi retina un ser inmóvil, sin alma, tratando de que su figura permanezca por siempre viva en mí, sin doblegarme a unas leyes sociales impuestas por las costumbres. Pero eso me acarrea, inevitablemente, problemas. Más fácil sería mantener las reglas y acompañar a la familia, hacerte notar dando el pésame, asistir a un sepelio religioso que no crees, algo así como quitarte de encima a un mendigo dándole una moneda, sin importarte por qué la pide.

Deseo morir como Pepe murió: Solo, sin que nadie lo espere,  con el don de ser bendecido por los dioses y continuar viviendo en nuestra memoria.

Anhelo, por último, saber gozar del presente sin esperar nada como lo hacía él, a quien  admiraba. Una excepcional persona que supo mantener el cariño de su mujer, de sus hijos, de sus nietos, de alguien, como yo, que trataba de imitarle para lograr algo de la felicidad que él derrochaba.

Trataré de aceptar las cosas como él las aceptaba, para tener algo de su grandeza.

Siempre estará vivo  mí y, como tal, continuaré pensando en él.

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