La desigualdad
nos desune. La correspondencia, conformidad, confianza y concordia de
voluntades harán que nuestra vetusta Europa se normalice. No será posible si la
unión (igualdad de una cosa con otra)
no se cumple. La Europa de la Unión por la que optamos tener similares oportunidades, aunque sus
identidades fueran distintas, se irá al garete si no lo remediamos. Eso está en
las manos de los políticos que rigen la soberanía nacional de los países que la
integramos, sin que ello sea concederles un cheque en blanco.
Ya el lenguaje,
a través de la historia, nos orienta, nos muestra sus diferentes connotaciones.
Las personas (hombres y mujeres) hemos escalado de las categorías de esclavos a
ciudadanos, pasando por vasallos, súbditos, contribuyente y… no sentiremos
vértigo por lo que acontezca.
Los políticos
y las prebendas de las que gozan, hacen inviables las razones de peso que
argumentamos. Razones que Europa alentó estableciendo la economía como la
primera pieza necesaria para llegar a la Unión, a fin de ser más fuertes, más iguales,
más humanos. No obstante, en lo que todos coincidimos es en asumir el Euro como
la bandera de esa Unión, a pesar de originar pérdidas de autoridad de cada uno
de los países que la formamos ¡Bingo!
Es
imprescindible que cada euro, en cada rincón de la Unión, tenga el mismo valor;
sin embargo, son distintos los valores en cada uno de los países que la forman.
Sus bancos no pagan el mismo interés, los tributos no se asemejan, no ofrecen
la misma seguridad, con su precio no se compra la misma mercancía ¡Ese es el
caso! Ha pasado tiempo más que suficiente para que ello fuera una realidad,
pero no: Podemos movernos libremente con el hándicap de nuestra preparación
individual, las mercaderías de igual manera, salvaguardando los protocolos
correspondientes e, incomprensiblemente, el euro (nuestro instrumento de
cambio) no funciona igual, es una mercadería
con un precio distinto. ¿Por qué? Porque sirve para almacenar desigualdades: traza
pobrezas y riquezas en el desequilibrio de la codicia.
Es preciso
imponer similares leyes, iguales erarios, indistintos sueldos y mercancías.
Habrá que desprenderse de identidades estableciendo límites forzosos a los no
integrantes de Europa que se refugian o huyen en ella sólo cuando les interesa.
Determinar las fronteras con aquellas naciones que tengan distinta moneda con
la que especular, sean libras esterlinas, francos suizos o dólares. A ellas
nuestros respetos, nuestra consideración más distinguida, pero que nuestros
sacrificios no sean sus beneficios, defendiendo nuestro patrón, el euro.
Defendamos un
Banco (BCE: LA GRAN EMPRESA) que rija
la norma, el orden, la claridad del resto de los bancos que integran la Unión,
como, por ejemplo, abogaba en mi anterior entrada. Poseedor de un PIB único
para LA UNION, aunque se subdivida en muchos epígrafes. Un Banco que no se
exceda en su celo con el capitalismo (que se apropia de la vida de los pobres),
ni con las dictaduras (que alimenta la explotación de los hambrientos) y nos de
ejemplo de estar en la mitad de tanto extremismo inaceptable, implementando así
el tráfico mercantil, comenzando con la banca (la administradora del dinero) sin
subvencionar, ni ayudar a golfos que han hecho perder a la ciudadanía su
confianza o a políticos que la han consentido, a sabiendas, que llenarían los
bolsillos a los suyos o se llevarían una buena tajá.
¡Basta ya!
De cualquier
manera, les recuerdo que desapareceremos todos y las causas de hoy serán los
efectos del mañana y, pese a que me resista creer que lo sucedido nos lo
merecemos, no hay duda, que el tiempo no tiene prisa alguna y nuestros hijos o
nietos tendrán que aceptar (según actuemos) la época que han de vivir porque,
como nosotros, no tendrán otra. Procuremos, por tanto, dejarles los medios
básicos para la subsistencia y, especialmente, el alimento para la mente que
les permita valerse por si mismos. La riqueza no es todo: la vida no es segura.
Mientras tanto
que la Paz y el Amor nos unan.
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