viernes, 14 de septiembre de 2012

La esperanza resiste

Al hablar del Proyecto de Ciudades Ocupacionales (PCO) es tildado de irrealizable, ilusorio, utópico; no así en el blog en el que no encuentro comentarios, contradicciones, enmiendas u otros apuntes a sus medidas. Llego entonces, inexorablemente, al sentimiento de la duda pensando que, tal vez, no sea el tiempo adecuado para ponerlas en práctica. A veces, la apatía, la desgana, el pasotismo o la resignación se generan por la impotencia de no poder ser resolutivos. Posiblemente, una tragedia colectiva nos cegaría definitivamente o, al contrario, los ojos se abrirían para darnos cuenta de la amplitud de la catástrofe que tenemos encima y lo poco o nada que las personas de a pié conseguimos por impedirlo, pese a intentarlo. ¿No será mejor construir un Sistema económico, político y social con grandes esfuerzos que con grandes sufrimientos? Supongo que los valores de la voluntad en los que creo, son más convenientes que los del dolor, si es que éstos lo son. Es más vital ponerse de acuerdo con cesiones reciprocas, que aceptar las tragaderas de la imposición que a nada conducen.
Han pasado años en los que muchos coincidíamos que tanto ladrillo no tenía sentido alguno. Pero un Gobierno ambicioso lo mantenía pregonándolo como un éxito. “¿Cómo va a caer la construcción cuya actividad representa el más alto porcentaje del PIB?”. Y comenzamos a sustentar sobre naipes nuevos castillos, con la tozudez administrativa, empeñados en tacharnos de críticos agoreros a sus detractores. Y casi todos perdimos. Y ahora puede volver a ocurrir lo mismo, aún sin haber comenzado siquiera ¡qué digo! sin vislumbrar, una recuperación. La burbuja de la Administración hay que pincharla. Y, ¿por qué no, innovar el sistema económico, político y social actual a través de una gran mayoría de seres humanos con igualdad de oportunidades, haciendo los sacrificios necesarios, desde una perspectiva solidara con dignidad, transparencia y una base exclusiva de rentabilidad?
Esa gran mayoría sabemos de las dificultades, pero estamos convencidos de que el esfuerzo por intentarlo merecerá la pena. Por sintetizar los problemas, señalaremos que son los innumerables gastos  generados por las políticas conducidas por la codicia, amparados en un sistema salvaje de explotación y competencia. La malversación de fondos del partidismo, la hipocresía, la exclusión galopante con el vano provecho de ganar en las urnas. El despilfarro en obras improductivas de la administración irresponsable, de la duplicación de cargos con direcciones sin sentido, de una economía degrada que no entiende de personas y si de la compra de favores… Un producto interior bruto huero basado exclusivamente en la ganancia material o derechos que arrastran a la desconfianza, a la huida de inversores, a la acogida de especuladores, al abandono, a la miseria, al pánico que puede producirse. Y el Gobierno sigue empeñado en recurrir a la deuda pública, ahondando más aún en las diferencias entre los pobres y los ricos, ocultando que no hay ingresos suficientes para mantener tanto gasto y culpando a los demás de tal horror  (a la prima de riesgo, al BCE, a sus antecesores, a…), como si ellos fueran incólumes, verdugos de la esperanza e incapaces de infundir CONFIANZA.
Corten. Anulen gastos, generen ingresos y, sobre todo, no aumenten más pobreza. Motiven un desarrollo más justo, que garantice la igualdad de oportunidades. ¿Qué cómo se hace eso?: Limiten las rentas de las personas físicas. Supriman cargos, privilegios, administraciones. Saquen de los balances los activos ajenos a la actividad y háganlos productivos. Creen la movilidad y ocupación retribuida para todos y el despido libre. Regularicen las herencias que no estimulan el desarrollo personal. Que los impuestos nos igualen… De ello hemos venido escribiendo y, ¿quién sabe? si tendremos capacidad para poder seguir haciéndolo.








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