Escribir
lo que uno piensa, expresar una idea y hacerlo libremente, es obvio que
representa un valor añadido, independiente de su contenido o
su forma de redacción.
Debido
a la gota fría recientemente producida en el Mediterráneo español, me he visto
obligado a regresar a España por unos días. Mi
cajita de cerillas se llenó por completo de agua como una balsa y la
totalidad de sus enseres han fenecido junto al lodo retirado.
Estoy
convencido que las catástrofes aúnan voluntades y la empatía se vuelve
contagiosa. Las desgracias son rasantes desde cuyo punto de paridad se pueden
generar ideas, actuaciones que, de no haber sucedido, su concepción no sería
posible o, tal vez, no tendrían sentido.
El Proyecto de Ciudades Ocupacionales
surgió de la ficción de una tragedia, comienzo de la novela del mismo nombre,
en la cual, tierras abatidas, casas destruidas, riquezas perdidas, vidas
truncadas, se organizan desde la igualdad de la nada de sus habitantes. Sería
utópico afirmar que la vida de los mismos transcurre en paralelo, con
esfuerzos, resultados y comportamientos iguales. Al contrario, en cualquier
caso, los resultados de ninguna forma pueden ser parejos, las diferencias se
multiplican, la diversidad cunde de manera galopante.
Los hombres
partimos del mismo rasero, la evolución no hizo distinciones; nosotros,
naturalmente, forjamos tales desigualdades. ¿Pero, hasta que punto hemos de
permitir que las mismas se cuantifiquen agrandándose indefinidamente, sabiendo
además que el azar, la suerte, la casualidad, la coincidencia, la incertidumbre
o los imponderables siguen reglas imperfectas o impredecibles que nos gobiernan
misteriosa y poderosamente?
Ante
tal fatalidad, es posible, que para paliar las pérdidas de mi cajita de cerillas se concedan ayudas crematísticas y no estará
mal visto: la principal función de un Gobierno es velar por sus ciudadanos en
general, cuando los medios para impedirlo no podían ser previstos. Algo
distinto a la caridad, que no deja de ser un fracaso del propio Gobierno,
desentendido de evitarla antes de que suceda. ¿Por qué no, entonces, limitar
las rentas, regular la herencia, aplicar las formulas para que las desdichas
comunes no nos separen más y más cada
día, sabiendo que las más comunes son, además de la muerte y la enfermedad, el
paro forzoso?
De
tales cosas continuaré hablando y escribiendo, hasta que alguien con argumentos
me saque de mi error o, al contrario,
entienda que la senda angosta que
difundo, ha de ser seguida convencido de que puede llevarnos al punto
medio armónico entre lo público y lo
privado, entre un comunismo rancio y un capitalismo salvaje, que tantas veces
hemos nombrado.
Es
muy común situarse al margen y no tomar partido, sobretodo, cuando se trata de
innovar. Estamos acostumbrados a ir por el mismo camino, a hacer las mismas
cosas, a resignarnos por no pecar. Miramos a otro lado sin querer saber nada,
no decir lo que pensamos por el qué dirán, estar ciegos, sordos y mudos para no
complicarnos y, no nos damos cuenta, que el escepticismo como la apatía, sirven
a un mal señor: a la política del conformismo, del demagogo, del tirano, del
mentiroso. De aquél o aquéllos “que tiran la piedra y esconden la mano”,
amparados en el anonimato, que se desdicen de lo dicho o dicen lo que los demás
quieren oír o engañan a su propio padre mirándole a los ojos.
La
indolencia no es buena consejera y... que la Paz
el Amor nos unan.
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