“¿Cómo
va la vida en España?”, me preguntan en U.K. donde vivo. “¿Hacía dónde les
lleva las políticas actuales?”. Me
cuesta trabajo expresar lo que pienso; no obstante, lo transcribo:
Desgraciadamente, cada vez vamos a peor. Hacía la resignación y la pobreza, les
contesto. El miedo comenzó, hace tiempo, ardiendo como la yesca, ante
jubilaciones anticipadas, ERES, pérdidas de empleo, ante injusticias sociales,
con unos dirigentes ajenos a la
realidad. Hoy, apenas un hálito de esperanza les queda para agarrarse a un
clavo ardiendo. Son muchos, especialmente
jóvenes, los que no tienen otra alternativa que buscarse la vida en el
extranjero, condenados en España a no encontrar trabajo, a no poder formar una
familia, a morir de hambre salvo que se dediquen a delinquir (robar, estafar,
ser un miserable), se suiciden o les acoja alguien de influencia (un político,
un empresario, un ser miserable).
Me
horroriza pensar lo que pasaron nuestros padres, nuestros abuelos, en una
guerra incívica de dos Españas enfrentadas.
No me imagino la poderosa razón que pueda asistirles a los que aprovechándose
de una mayoría parlamentaría, merced a
la confianza que la gente les otorgó, hacen
lo contrario que prometieron y, no sólo eso, desmantelan un bienestar
general a favor de otro particular.
La
débil democracia conseguida, cada día más famélica, está a punto de expirar. El
poder del partido y sus amigos conseguirán ahogarla, hasta convertirla en un
pequeño logro que fue y desaparece. Una mayoría que no dialoga, ni resuelve los
problemas de la gente que les eligió, son personas miserables. Me recuerda la
deriva socialista que arrasó en otra etapa con su mayoría: la del pelotazo, la del
rodillo. Tampoco dialogaba y, un día sí y otro también, amanecía la noticia en los medios informativos de que
alguien impunemente había prevaricado (una bonita expresión de omitir culpa al
ladrón), mintiendo, tomándose la justicia por su mano, haciendo terrorismo de
estado. Ahora sucede algo parecido,
aniquilando derechos conseguidos en aras a intereses particulares. Y la
democracia se resiente, agoniza, máxime cuando el Ejecutivo miente e indulta delitos: robos y torturas. Vulnera o
cambia normas y leyes a su capricho a través del Legislativo. Y los poderes
independientes son una falacia cuando la máxima judicatura está politizada ¿De
quién puede fiarse el ciudadano? ¿De una
televisión pública adulterada? ¿De una prensa dirigida por sus anunciantes? ¿De
una opinión pública que se manifiesta reprimida y denostada con la fuerza de otros
tiempos? ¿De una Iglesia amiga de los ricos que no se opone a la injusticia? ¿De
los ejemplos conmovedores de corrupciones que destacan por todas latitudes? La
democracia está en entredicho, solo
llena en la boca de fieles demagogos sin conciencia ni pudor, cuyas trolas ya
no hay quien se las crea. ¿Existe algún remedio o poder que se encargue de
defenderla u hospitalizarla? Tiene las horas contadas si Dios no lo remedia,
acosada por la escasa o nula Honorabilidad,
Transparencia y Rentabilidad que tantas veces demando en estas páginas.
Hay
servicios (que no negocios) que la gente
ha de luchar no sólo por mantener lo conseguido, sino por mejorar sus
prestaciones. La sanidad, la educación,
la jubilación, por ejemplo, son necesidades tan básicas como el comer, tener un
cobijo y un trabajo. Que nadie se equivoque o dé oídos a la falsedad que dice la
gestión es la que cambia. Quienes administran también son personas; si no dan
la talla, cámbienlos, exíjanle eficacia, pidan responsabilidades. No hemos de
volver a las igualas médicas o a la obligación de suscribir un seguro sanitario
a la suerte de una compañía, que anula pólizas cuando el riesgo o la edad se lo
aconsejan, arbitrariamente o cuando más se necesitan; ni recurrir a las clases
particulares de colegios religiosos o elitistas en la que la pasta es la que priva o meterse en
planes de pensiones para enriquecer a bancos y sociedades aseguradoras. Con esos sí que hay que tener cuidado; sólo se
rigen por el repartos de beneficios y es lógico, no son las hermanitas de la
caridad. Los impuestos (en general) han de servir para esas cosas y no para el
pago de una deuda contraída, que, con aquiescencia política, ha dado cobijo a obras
faraónicas, caprichosas o sin sentido, beneficiado especulaciones, golfos y
otros agentes no extraños, como aprovechados y banqueros.
Todavía
cabe remediarlo. El ejecutivo ha de conversar, ceder, ver la realidad de las
cosas, en aras al bien general. Si estuviera en el poder otro partido también
lo diría. Pero no lo harán, justificándose que tampoco lo hicieron los
socialistas y es que ninguno quieren renunciar a los privilegios de los que
gozan. Con un poco de sensatez se harían el haraquiri. Una generosidad que
ahora no me duelen prendas en recordarlo de unas cortes franquistas denostadas
que renunciaron a conservar lo que ellos sabían tenían perdido. Hoy la gente lo
pide, lo reclama, lo demanda cada día. Uno de los grandes problemas después del
paro y la económica, parece que son los políticos. Ellos mismos no ignoran que
los problemas se solucionan erradicándolos: ¿lo tienen en su mano?
Las
pensiones ha sido la gota que colma el vaso. La educación ni digamos, cediendo a la presión del poder de
unos curas cuya enseñanza les fue prohibida en España. La economía va de pena,
cuyos marcadores van a la deriva. No existe algo que pudiéramos decir que nos sonríe
y algo, a todas luces lamentable: el desempleo, una barrea entre la vida y la
muerte.
Puede
interpretarse como quiera, pero es muy duro. Afecta a la vida de las personas
que lo padecen, afecta a la confianza, al resto de los ciudadanos que temen
perder el empleo y a la propia economía. Ésta se desenvolverá en negro, sin
declarar ni producir ingresos en las arcas del Estado. Los abusos laborales se
dan como una nueva formula de esclavitud, sin que pueda paliarse. Ambas cosas
contagian, se propagan en autónomos, en las pequeñas y medianas empresas que
ven el ejemplo en los grandes: escaqueando dineros y fortunas a paraísos
fiscales, huyendo como ratas. No importa que el Estado regularice sus delitos
tratando de conseguir ingresos; desbordan todas las previsiones, pagan multas o
eternizan sus defensas, su objetivo es complacer más que la avaricia de sus
accionistas, el desaforado enriquecimiento de los miembros de su consejo. Propagan
las quiebras, los engaños, sobornan comprando o vendiendo favores, están al cabo de la calle echando gente al
paro con la justificación de la cuenta de resultados. Si los que dirigen tales
sociedades estuvieran sujetos a las limitaciones de renta que tendría que
imponerse y otras medidas que hemos dejado escritas, la gente no se envilecería
o moriría de pena.
Hay
personas que dicen no ver otra alternativa. Me gustaría ver a algunas de ellas teniendo que mendigar un
trabajo para ganarse la vida ¡Ya veríamos lo qué hacían! La pobreza es una
avaricia corrompida, un lugar donde morirse de hambre, un sitio al que no hay
que llegar y actualmente estamos llegando. ¿Mataría, robaría, se suicidaría, se
iría al extranjero, viviría de la caridad, rebuscaría en los cubos de basura,
sacrificaría a la abuela para cobrar su mísera pensión o qué haría? Es muy
fácil predicar desde lo alto, con el estomago lleno, sin que el miedo en el cuerpo coma. No hay peor cosa que los diablos anden
dentro.
Mientras
algo, sombra o luz acude, que Dios
nos ampare, aunque como siempre les diga, que el Amor y la Paz nos unan.
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