viernes, 7 de diciembre de 2012

LA DEMOCRACIA ESTÁ EN APUROS


“¿Cómo va la vida en España?”, me preguntan en U.K. donde vivo. “¿Hacía dónde les lleva las políticas actuales?”.  Me cuesta trabajo expresar lo que pienso; no obstante, lo transcribo: Desgraciadamente, cada vez vamos a peor. Hacía la resignación y la pobreza, les contesto. El miedo comenzó, hace tiempo, ardiendo como la yesca, ante jubilaciones anticipadas, ERES, pérdidas de empleo, ante injusticias sociales, con unos dirigentes ajenos a la realidad. Hoy, apenas un hálito de esperanza les queda para agarrarse a un clavo ardiendo. Son muchos, especialmente  jóvenes, los que no tienen otra alternativa que buscarse la vida en el extranjero, condenados en España a no encontrar trabajo, a no poder formar una familia, a morir de hambre salvo que se dediquen a delinquir (robar, estafar, ser un miserable), se suiciden o les acoja alguien de influencia (un político, un empresario, un ser miserable).
Me horroriza pensar lo que pasaron nuestros padres, nuestros abuelos, en una guerra incívica  de dos Españas enfrentadas. No me imagino la poderosa razón que pueda asistirles a los que aprovechándose de una mayoría parlamentaría, merced  a la confianza que la gente les otorgó, hacen  lo contrario que prometieron y, no sólo eso, desmantelan un bienestar general a favor de otro particular.
La débil democracia conseguida, cada día más famélica, está a punto de expirar. El poder del partido y sus amigos conseguirán ahogarla, hasta convertirla en un pequeño logro que fue y desaparece. Una mayoría que no dialoga, ni resuelve los problemas de la gente que les eligió, son personas miserables. Me recuerda la deriva socialista que arrasó en otra etapa con su mayoría: la del pelotazo, la del rodillo. Tampoco dialogaba y, un día sí y otro también,  amanecía  la noticia en los medios informativos de que alguien impunemente había prevaricado (una bonita expresión de omitir culpa al ladrón), mintiendo, tomándose la justicia por su mano, haciendo terrorismo de estado. Ahora sucede algo parecido,  aniquilando derechos conseguidos en aras a intereses particulares. Y la democracia se resiente, agoniza, máxime cuando el Ejecutivo miente e  indulta delitos: robos y torturas. Vulnera o cambia normas y leyes a su capricho a través del Legislativo. Y los poderes independientes son una falacia cuando la máxima judicatura está politizada ¿De quién puede fiarse el ciudadano?  ¿De una televisión pública adulterada? ¿De una prensa dirigida por sus anunciantes? ¿De una opinión pública que se manifiesta reprimida y denostada con la fuerza de otros tiempos? ¿De una Iglesia amiga de los ricos que no se opone a la injusticia? ¿De los ejemplos conmovedores de corrupciones que destacan por todas latitudes? La democracia está  en entredicho, solo llena en la boca de fieles demagogos sin conciencia ni pudor, cuyas trolas ya no hay quien se las crea. ¿Existe algún remedio o poder que se encargue de defenderla u hospitalizarla? Tiene las horas contadas si Dios no lo remedia, acosada por la escasa o nula Honorabilidad, Transparencia y Rentabilidad que tantas veces demando en estas páginas.
Hay servicios (que no negocios) que la gente  ha de luchar no sólo por mantener lo conseguido, sino por mejorar sus prestaciones.  La sanidad, la educación, la jubilación, por ejemplo, son necesidades tan básicas como el comer, tener un cobijo y un trabajo. Que nadie se equivoque o dé oídos a la falsedad que dice la gestión es la que cambia. Quienes administran también son personas; si no dan la talla, cámbienlos, exíjanle eficacia, pidan responsabilidades. No hemos de volver a las igualas médicas o a la obligación de suscribir un seguro sanitario a la suerte de una compañía, que anula pólizas cuando el riesgo o la edad se lo aconsejan, arbitrariamente o cuando más se necesitan; ni recurrir a las clases particulares de colegios religiosos o elitistas en la que la pasta es la que priva o meterse en planes de pensiones para enriquecer a bancos y sociedades aseguradoras. Con  esos sí que hay que tener cuidado; sólo se rigen por el repartos de beneficios y es lógico, no son las hermanitas de la caridad. Los impuestos (en general) han de servir para esas cosas y no para el pago de una deuda contraída, que, con aquiescencia política, ha dado cobijo a obras faraónicas, caprichosas o sin sentido, beneficiado especulaciones, golfos y otros agentes no extraños, como aprovechados y banqueros.
Todavía cabe remediarlo. El ejecutivo ha de  conversar, ceder, ver la realidad de las cosas, en aras al bien general. Si estuviera en el poder otro partido también lo diría. Pero no lo harán, justificándose que tampoco lo hicieron los socialistas y es que ninguno quieren renunciar a los privilegios de los que gozan. Con un poco de sensatez se harían el haraquiri. Una generosidad que ahora no me duelen prendas en recordarlo de unas cortes franquistas denostadas que renunciaron a conservar lo que ellos sabían tenían perdido. Hoy la gente lo pide, lo reclama, lo demanda cada día. Uno de los grandes problemas después del paro y la económica, parece que son los políticos. Ellos mismos no ignoran que los problemas se solucionan erradicándolos: ¿lo tienen en su mano?
Las pensiones ha sido la gota que colma el vaso. La educación ni  digamos, cediendo a la presión del poder de unos curas cuya enseñanza les fue prohibida en España. La economía va de pena, cuyos marcadores van a la deriva. No existe algo que pudiéramos decir que nos sonríe y algo, a todas luces lamentable: el desempleo, una barrea entre la vida y la muerte.
Puede interpretarse como quiera, pero es muy duro. Afecta a la vida de las personas que lo padecen, afecta a la confianza, al resto de los ciudadanos que temen perder el empleo y a la propia economía. Ésta se desenvolverá en negro, sin declarar ni producir ingresos en las arcas del Estado. Los abusos laborales se dan como una nueva formula de esclavitud, sin que pueda paliarse. Ambas cosas contagian, se propagan en autónomos, en las pequeñas y medianas empresas que ven el ejemplo en los grandes: escaqueando dineros y fortunas a paraísos fiscales, huyendo como ratas. No importa que el Estado regularice sus delitos tratando de conseguir ingresos; desbordan todas las previsiones, pagan multas o eternizan sus defensas, su objetivo es complacer más que la avaricia de sus accionistas, el desaforado enriquecimiento de los miembros de su consejo. Propagan las quiebras, los engaños, sobornan comprando o vendiendo favores,  están al cabo de la calle echando gente al paro con la justificación de la cuenta de resultados. Si los que dirigen tales sociedades estuvieran sujetos a las limitaciones de renta que tendría que imponerse y otras medidas que hemos dejado escritas, la gente no se envilecería o moriría de pena.
Hay personas que dicen no ver otra alternativa. Me gustaría ver a  algunas de ellas teniendo que mendigar un trabajo para ganarse la vida ¡Ya veríamos lo qué hacían! La pobreza es una avaricia corrompida, un lugar donde morirse de hambre, un sitio al que no hay que llegar y actualmente estamos llegando. ¿Mataría, robaría, se suicidaría, se iría al extranjero, viviría de la caridad, rebuscaría en los cubos de basura, sacrificaría a la abuela para cobrar su mísera pensión o qué haría? Es muy fácil predicar desde lo alto, con el estomago lleno, sin  que el miedo en el cuerpo coma.  No hay peor cosa que los diablos anden dentro.
Mientras algo, sombra o luz acude, que Dios nos ampare, aunque como siempre les diga, que el  Amor y la Paz nos unan.

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