sábado, 8 de junio de 2013

UNA RAZÓN PARA EL SUICIDIO

Hoy y desde hace tiempo, al azar, se podrían ir marcando lugares de la geografía española o señalar con el dedo a personas (políticos, banqueros, empresarios…) e ir descubriendo corrupciones, engaños y demás corruptelas con escasa investigación. Sería como jugar a los barcos: “agua, tocado, hundido”; no es tan descabellado como preguntarse: ¿dónde está la razón? ¡Cómo me gustaría saberlo y justificar ciertos suicidios!
La razón no es una sino muchas y bien diferenciadas; dependiendo de  los puntos de partida, de las metas propuestas, de cómo se mire o se evalúe u otras cuestiones no baladís, prolijas de enumerar. La grandeza del ser humano, sin duda, es parte igualmente de ello;  sin embargo, ¿merece la pena que a su costa acaezca tanto dolor? ¿Es necesario que unos mueran de hambre, en la mísera; mientras otros navegan en la abundancia, la opulencia y el derroche? Tajantemente no. La austeridad que se pregona y practica no es sino el desequilibrio que se permite para que otros robustezcan.
Examinemos el mercado y observaremos que lo que se compra es porque se vende, que los bienes y derechos cambian de valor, de dueño, pero son los mismos, en los que unos pierden y otros ganan. En un  momento, la empresa armamentista de ser poderosa pasa a ser una ruina: se ha declarado el armisticio. ¿Y qué tendremos los hombres que ver con esa guerra? ¿Por qué no dejamos que sean otros los que luchen en las trincheras? Por supuesto. Que sean las empresas las que jueguen a las guerras, pero a los ciudadanos de a pie que no nos arrastren con ellas. ¿Podremos separarnos y que arreglen sus peleas? Naturalmente. ¿Para qué si no tenemos a un Súper Estado supranacional que puede regularlo? 
Una comunidad como la europea (CEE) no puede estar al albur de los vientos e ir y venir al ritmo que soplen. Tiene capacidad para regularizarlos: Por competencia, por ley, por trucar el mercado. Debe cuidar de quienes son sus ciudadanos, no de aquellos que combaten su existencia procreando ideas contra ella, arrastrando sus dineros fuera de su territorio para evitarse los impuestos, amenazando y exigiendo compensaciones por dejar de traicionarlos.

Y el Gobierno de España debe gobernar para todos y defender sanando lo que más duele. A la mierda con las subvenciones, subsidios, privilegios, exenciones, caridades, excepcionalidades, fundaciones y demás aportaciones;  que cada palo aguante su vela. Convendrá echar números para detener de una puñetera vez la austeridad que practican. Y emitir deuda, ¿para qué? ¿Para costear televisiones autonómicas, independencias territoriales, rescatar entidades bancarias, primar empresas pagando autopistas, energías, armas y corrupciones? No se puede consentir  rebajar sueldos, pensiones y robar a quien lo gana, para dárselo a banqueros, a la iglesia, a los partidos, a los sindicatos, al fútbol, al cine o a los toros. Es demencial privar de educación y sanidad a la mayoría por el disfrute, sino la avaricia, de unos pocos. Hemos llegado a un punto crítico y hay que atajar tanto desvarío. ¿Sabe cada ministerio en qué emplea el dinero que percibe de los impuestos? ¿No habrá llegado el momento de La revolución pacifica y poner todo patas arriba? Esta es una cuestión muy importante y, antes que una muerte colectiva, es conviene combatir para salvarse o encontrar una razón para el suicidio, salvo que éste sea la razón. ¡Hay mucho por hacer! Clamo al Gobierno que cambie. ¿Dónde va cada euro que pagamos? Que la  Transparencia  responda a su nombre, que quien nada teme nada tiene que ocultar; que se sepa la verdad: los engaños son los que duelen. ¿No será delito la opacidad de la casa real, los partidos, la iglesia, los sindicatos, la administración?

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