sábado, 8 de febrero de 2014

Juan Carlos y Paco: ¡Hay que remediarlo!



El Rey de España, Juan Carlos (Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón-Dos Sicilia), según oí en la tele, se asignará un salario de unos 300.000 euros anuales (unos 25.000 al mes) y otros tantos para su mujer, hijos, nuera… del importe que recibe procedente el Erario público, en un ejercicio ejemplar de transparencia(?). Mi amigo Paco, el mecánico de la esquina, ha hecho algo parecido: se ha fijado 24.000 euros de sueldo (no al mes sino al año) y ha colocado a su mujer y a sus hijos en el taller con el salario mínimo de 753 euros mensuales, para darles ocupación y pensando en un ulterior retiro, especialmente el de ella. Si el Sistema de Ciudades Ocupacionales (PCO) estuviera implantado, nadie de la Administración cobraría por debajo de  17.647 euros al año (17 veces menos que el rey, la más alta de las categorías) y, por supuesto, Paco no podría pagar menos de lo que paga.
En resumidas cuentas, el Rey y Paco, como todos nosotros, no somos ni más ni menos, que animales, humanos y mortales con las mismas necesidades básicas, obligados a dormir, comer, mear y cagar. Animales sí; distintos a las abejas o elefantes, pero animales al fin y al cabo. Éstos están, igualmente, organizados cumplimiento una función de las que su naturaleza no les permite apartarse. La nuestra tal vez sí y eso nos distingue ¿Será tal distinción la que tanto nos distancia? No obstante, ¿las constantes vitales de los hombres son las mismas para todos? Acaso, ¿no poseemos emociones, tendencias o sentimientos similares?... A Juan Carlos lo colocó un señor regordete, con bigote y  al que no le temblaba el pulso a la hora de firmar sentencias de muerte y a Paco lo empleó su padre para limpiar coches, motores o llenar de agua el botijo renegrido de grasa. Sin embargo, los  orígenes de ambos (como los míos) los desconocemos; pudieron conquistar, matar, robar o, incluso (lo más seguro) que de aquellos polvos estos lodos, es decir, tenemos los mismos organismos, el mismo número de cromosomas y células, habitamos en el mismo planeta y país y, además, (me gustaría errar en la siguiente afirmación) el mayor interés es la pasta. O sea, el dinero, que es una de las principales (sino la principal) vara de medir, con la que se obtiene para sí y los nuestros el mejor bienestar. Pero, ¿Juan Carlos vale por 12,5 Pacos? ¿Y qué decir  si comparamos sus patrimonios? Del primero hablan de dos mil millones. Del segundo, se lo aseguro, no pasa de 200.000. Es decir,  una sola persona (por su calaña o condición) es lo mismo que 10.000 personas (que se dice pronto). El primero en su vida tendrá tiempo de utilizar lo que tiene; el segundo, posiblemente, deje dinero en reserva para que le puedan enterrar sin liquidar el piso donde vive. ¿Es de animales humanos y mortales tanta desigualdad? ¡Ah! Y no hablemos de los que están en paro ¡sólo imaginémoslo! Naturalmente, de estar establecido el P.C.O., toda renta superior a 53 veces el salario mínimo (53 (752,85 x 12) = 478.813) se convertiría en tributos; así que al Rey, al contrario que a Paco, le queda poco recorrido para incrementar sus rentas y aún menos apalancarlas para sus herederos, cuya herencia está regulada. Y, lo más importante, el vil metal del dinero dejaría ser la vara de medir. ¡Cuántas cosas por hacer! La mayoría de la gente se lleva a su tumba ilusiones no realizadas, sueños frustrados, aptitudes que no desarrolló o ni siquiera sospechó que tuviera. Y no por falta de tiempo, sino por ausencia de medios que vio inutilizados o despreciados.  ¿Es este el Sistema que queremos?
A Juan Carlos lo conocí acompañado de su mujer y sus cuñados (ex rey de Grecia y esposa), hace mucho tiempo; él aún era príncipe al amparo de ese señor regordete con bigote que he mencionado. Y recuerdo, que todas las señoras del establecimiento se esmeraron por complacer a los recién llegados hasta el extremo de no poder ocultar sus nervios alterados como si fueran mariposas espantadas. Y recuerdo, lo mucho que costó cobrar la factura de las fruslerías que compraron en esa tienda colindante con el taller de Paco. Entonces él, como yo, era un mocoso con su mono azul oscuro pringado de grasa como sus manos. Y recuerdo, como quedé fascinado con la belleza de su cuñada (¿Ana María?) pareciéndome una virgen y hoy, todavía, por mi domesticación, asimilo la hermosura con una virgen (que es persona que no ha mantenido relaciones sexuales) cuando en realidad lo atractivo es admirar a una mujer preñada de vida en sus entrañas. Y esas verdades (mezcla del adoctrinamiento recibido en la infancia que es tu patria y de las experiencias  que forman la identidad que modulan tu conciencia) no significan que debamos romperlas para ser más iguales, sino al contrario para comprender  y distinguir presiones a las que estamos sometidos y poder decidir u optar por la justicia. Y yo decido por la armonía, el acuerdo y no la guerra. Hemos de defendernos: Sí. El Sistema continúa domesticándonos, nos mediatiza o nos arrastra para mantener sus negocios, privilegios o diferencias a flote. Y aunque sepan como nosotros, que todas las personas somos de la misma especie, que nadie puede ser impune ante la Ley, ni considerarse superior al más pobre de los pobres, ni gozar de oportunidades diferentes, nos embaucan para disuadirnos de ello.  Hemos de luchar contra esa domesticación que ejerce el sistema (detrás del cual están hombres) manteniendo posiciones porque siempre se ejercieron o negocios eternos chupando y chupando pese a que su ideal fuera un crucificado. Hemos de estar ojo avizor con los experimentados comunicadores que saben más que nadie de lo que ocurre aquí, en Francia, en Alemania, en Cuba o en Corea, pero ignoran si su mujer les pone los cuernos. No hay más que ver a ciertos tertulianos de las teles que despotrican lo que les conviene tildándolo con desprecio o leer, por ejemplo, la Emisión en el vientre de una ballena que a un servidor lo considera de ideología reaccionaria (?). Gente lista que manejan conceptos y palabras a su antojo, dándoles la vuelta hasta situarlos en los extremos en lo que ellos están ubicados. También les pido su colaboración para cómo hacer las cosas lo más racional posible. Lógicamente, no coincidirán. Pero admitamos que las posturas antagónicas sólo se consiguen con el dominio de una sobre la otra y, ello, no es sino a través de la violencia. Y eso no es lo que yo quiero, ni pienso que la mayoría de la gente quiera; por tanto, seamos realistas y cedamos unos y otros hasta lograr un entendimiento. Esto no se arreglará con cambiar a los dirigentes (que también) sino con el ejemplo y el compromiso de quienes nos representan, cumpliendo las leyes justas armonizadas por todos, sin dejar al albur del azar o  los mercados las decisiones que nos competen y modelan nuestras vidas. ¡El hombre es lo principal!
Juan Carlos y Paco han de dialogar porque son personas normales y ninguna es superior a otra. Tal vez, el primero tuvo la desgracia de nacer con sangre azul, pero, supongo, que ya sabrá, que dicha sangre no existe en los humanos, por mucho que San Pablo se empeñe en inculcarnos que es por la gracia de Dios. Y Paco le enseñará a jugar al mus que, igualmente supongo, Juan Carlos no tendrá ni idea. Si los dos son inteligentes, reconocerán las diferencias que pueden compartir  desde la comprensión de que cada uno necesita un mínimo para subsistir dentro de un Sistema social donde  nadie imponga su criterio. Un  Sistema social que alimente el cuerpo no sólo con nutrientes sino con educación y cultura, igualdad de oportunidades y democracia, justicia y orden, libertad y respeto a fin de acercarnos a la felicidad, que es lo verdaderamente importante.
Todo esto parece utópico, pero no lo es. Yo pongo mi granito de arena dando a conocer las medidas concretas a implantar para conseguirlo y, seguro, que hay muchas otras tan discutibles como las mías. ¿Cuáles son las suyas? ¿Cuáles la de Juan Carlos y Paco? Alguien dirá que el primero está satisfecho con las que existe, pero lo dudo. Nadie en su sano juicio puede estar conforme con el hambre, el paro o la desgracia. Y hay que remediarlo.

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