domingo, 13 de julio de 2014

EL DERECHO A DECIDIR

¿Derecho a decidir? ¡Claro! ¡Naturalmente! ¡Faltaría más!
Hubo un tiempo, que alguien decidió implantar el espíritu nacional del pueblo español estableciendo una “democracia orgánica”, “unos sindicatos verticales”, “una grande y libre”. Y un numeroso grupo de personas, formando una interminable cola, sufrió impasible espera hasta rendir pleitesía al cadáver de ese alguien, una vez que, vegetativamente, le llegó su hora.
Los hombres somos casi iguales cometiendo los mismos errores y nuestras decisiones podemos tomarlas, incluso, para violentar otras decisiones instauradas, hayan sido o no, con anterioridad, impuestas o legales).Aquélla transgresión tomada, empleando el uso de las armas y sopesadas sus consecuencias, vino a amordazar muchas voluntades y, setenta años después, no son pocos los que añoran aquel sometimiento. Los resultados son de todos conocidos. Pero hoy alguien también, sirviéndose de una democracia frágil, moviliza voluntades de gran parte del pueblo en aras a una insegura ideología, nada comparable a aquélla en la forma y sí en el fondo, ejerciendo las manipulaciones de manera diferente que no conducirán a ninguna parte.
Cualquier ideología que se precie (salvo la anarquía o el independentismo, que no son sino valiosas y aisladas formas de un conjunto como lo es la célula para el cuerpo o el átomo para la materia) tenderá a unir a la gente y no a los territorios, que no han de estar separados por muros, vallas o fronteras aunque sean espacios de realidades distintas. El espacio es uno, La Tierra, propio de nadie, y en ella hemos de tener cabida todos los seres vivos. Un lugar donde se nace y pace por el azar o circunstancias. Un sitio físico que no ha de ser motivo de guerras, ni de conflictos, ni de rivalidades, máxime, cuando la muerte nos aguarda a cada instante; en el que entrambos silencios (nacer y morir) caben las palabras, los sentimientos, las actuaciones que superen la desigualdad, la interdependencia, la masificación, la tecnificación…
¿Alguien goza sacrificando a diario, cruelmente, a los hombres por llegar a Europa en busca de sustento? No concibo una ideología equilibrada que cierre sus puertas a quienes piden un vaso de agua o huyen del fuego. Ni a un partido comunista, ni a una comunidad cristiana, ni al sentido humanista o a la moral digna separar a los hombres de España. ¿Quién es ese alguien que quiere distanciarnos aduciendo el derecho a decidir? ¿Trata con ello de instaurar fronteras y rivalidades que sólo él crea? Posiblemente,  quiera equipararse a la gente rica y poderosa que compra voluntades y cosas invocando el derecho de la propiedad privada de la que tanto somos devotos los españoles. Su mente hedonista no es clara y le conducirá hasta aislarse como un  anacoreta. Esa es la propensión última del patriotismo que anula otras culturas, desune a los hombres o los doblega para su causa.

Dos insinuaciones lanzo al aire. Una: El terreno no es la vida. La vida es la Patria de cada cual y, especialmente, su infancia. Hay que compartir solidariamente con los demás (extendiéndose) o no depender de otros (aislándose), es decir, somos interdependientes. Dos: Lo común de las ideologías conduce al bien común aunque, a veces, se transite erróneamente. Las divulgamos y desarrollamos honestamente hasta, en su caso, comprender sus consecuencias negativas. Mi P.C.O. (Proyecto de Ciudades Ocupacionales) es un plan que considero necesario instaurar para el beneficio general de las personas y será motivo de estudio y adaptación. De él dicen, que es una utopía y me resisto a aceptarlo. Lo mismo se opina del proceso al derecho a decidir que, con consecuencias muy diferentes a las mías, representa un beneficio de pocas personas, no más allá del entorno de ese alguien que lo patrocina y será abolido.

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