sábado, 18 de abril de 2015

VOTAR SIN MIEDO, HONRADAMENTE

Salvo en las comunidades primitivas, siempre han existido las clases sociales. Modernamente, a partir del sistema liberal capitalista basado en una despiadada e insaciable competencia que las ha distanciado hasta extremos inauditos, sólo guerras, revoluciones, golpes de estado, han venido a instaurar cierto equilibrio. Muchas son las teorías que se han barajado en el transcurso del tiempo para que dicho equilibrio se mantenga lo más estable posible, sin conseguirlo. Una de ellas, la bolchevique, fracasó porque, como casi siempre, la corrupción se impone en el poder dominante. Y es que en las alturas no sólo se compite sino que, además, la codicia es la que prima.
Antaño, resultaba evidente que los hombres éramos distintos por nuestro linaje, fortuna y profesión, con o sin acceso a la cultura, que se traducía en una conducta diferente al reconocernos vinculados en nuestras relaciones íntimas: casándonos y convivir. Sólo un mayor saber rasea el acerbo de la identidad adquirida, aminorando las distintas clases que, de continuo y aparentemente, se transforman: los machos mandando y las hembras obedeciendo, ídem el clero y los fieles, la monarquía y sus súbditos, los políticos y los ciudadanos, los amos y los criados, los generales y los soldados, los burgueses y los campesinos, los patronos y los obreros, los empresarios y los trabajadores; sin evitar los privilegios ni siquiera con la propia revolución liberar ya que se desvincula de toda regulación ética y social en aras a un enfrentamiento ilimitado y continuo, de tal forma que es muy fácil pasar de una burguesía a una dictadura, sin hallar un término medio descartado por Engels y Marx tratando de conseguir la dictadura del proletariado mediante la lucha de clases que, a la inversa, contribuye a una contrarréplica. Ambos polos opuestos a nada conducen, siempre existirá un balanceo permanente y peligroso, por lo que es imprescindible hallar el justo equilibrio.     
No hace tanto que el partido liberar y el conservador se alternaban en el poder y ante las intransigencias de la nobleza, el clero o los militares, emergieron fuerzas inconformistas con saña para cambiar los estragos que cometían, haciendo otra clase de política. Pero el hombre, por lo general, llevado por su codicia, no sigue en paralelo el ideario por él mismo aceptado, queriendo dominar a quien piensa o actúa de manera diferente. Los resultados lamentables son conocidos, la historia nos los muestra, por tanto, la búsqueda por hacer las cosas de manera diferente, con acuerdos y sin que haya vencedores ni vencidos, se hace de todo punto necesario.
En España, concluida la dictadura, al igual que antes de ésta, en el XIX y XX, dos partidos se han alternado en el Gobierno sin que los males endémicos se hayan resuelto. Hay que elegir un tercero que instrumente acciones diferentes: todo no está inventado y apelar al miedo es tener miedo y no es de buen consejero tenerlo o crearlo. Bien es cierto, que quien quiera realizar la tarea de gobernar ha de dar muestras inequívocas de su buena disposición, expresar un manifiesto claro de lo que se propone llevar a efecto y el compromiso de que el engaño se paga, cuanto menos, con su renuncia.

Existe a propósito un librito en el mercado (5 Fórmulas para el bienestar de España que se regala comprando la novela Escape) que puede servir para alicatar la base de una vida social y digna para todos. Aumentar, restar o modificar las ideas que en dicho compendio se vierten, sería un fundamento lógico para que, sin desdeñar ningún planteamiento, iniciáramos los comportamientos razonables en torno a los cuales debatir, de la misma forma que para calentarnos nos reunimos alrededor de un fuego. Flexibles, modificables, tolerantes, son términos a tener en consideración para lograr un acuerdo. Por supuesto, respetando la vida y la libertad de los seres vivos por encima de las demás cosas. Una vez alcanzado, será determinante nombrar una persona que canalice, expanda y venda el Proyecto. Sin tal líder que, convencido, nos dé ejemplo con sus actos de lo que proclama, no será posible llevarlo a buen término. Que nadie pretenda que sea Jesús de Nazaret, pero que, al menos, le imite.

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