lunes, 11 de abril de 2016

MEDIOS DE VIDA

La intuición del hombre, en la primera impresión que percibe consciente,  adjetiva lo que ve ignorando cuál es su razón e, independiente, a cómo pueda ser. Tal calificación la irá modulando a medida que su conocimiento o trato sean más precisos. Es, sin duda, una señal innata de defensa, semejante a los colores que la Naturaleza muestra, para indicar lo que representa o no un peligro. La Naturaleza, por tanto, protege a sus moradores, aunque el llamado libre albedrío de éstos lo entiendan como decisiones que sólo a ellos compete. El hombre acierta en su percepción la mayoría de las veces, condicionado por sus propios deseos vehementes que le manipulan y falla o se confunde en menos ocasiones. Tal vez, por eso, se diga que la cara del hombre es el espejo del alma. No obstante, tales apreciaciones se mantienen calladas aguardando una relación que las ratifiquen o desmientan con las máximas cautelas. No ocurre lo mismo con  personas públicas, ajenas a tratos y amistades, que suscitan opiniones controvertidas de acuerdo con el carácter de cada cual y con la forma diseñada, en la mayoría de los casos, por un asesor de imagen especializado en armonizar su compostura.
 Algunos de ellos son descritos por Ignacio Sánchez Cuenca de la siguiente manera:
 “Lo que sí es cierto es que ninguno de ellos tiene crisis, ni pasan hambre, ni conocen el paro. Todos duermen confortablemente soñando con la mentira qué decir al día siguiente. Pensando  cómo engañar a unos tontos del culo que les defienden que ríen sus ocurrencias y lamen las sobras que tiran, es decir, sus babas. Se irán de rositas, indemnes sin que nadie les corte sus atributos. A muchos eso no les pasará porque les inflarán a bofetadas, les cortaran las pelotas y los lincharan para que la historia hable de los salvajes españoles que pegan, trocean y sacrifican a los mayores mangantes políticos de toda la historia, que en lugar de dedicarse a limpiar botas (para lo que servirían) les ha dado por limpiar bolsillos de la gente confiada”.
¿Alguien duda a quiénes se refiere?
Palabras que suscitan otras cuestiones contradictorias a las manifestadas por Antonio Banderas en las que venía decir: 
“En España todos quieren ser funcionarios, pero para vivir hay jugársela”.
¿Son compatibles ambas opiniones?
Sin duda. Sin embargo,  nadie debería confiar en un Sistema no solidario, no regulado, que deja que sea la caridad (limosna arbitraria al albur de un mecenas o altruistas de turno) el remedio para cubrir la más importantes deficiencias de la sociedad. Nadie disfruta viendo pedir limosna a la puerta de su casa, al mendigo durmiendo en su portal o la miseria que producen la falta de trabajo, la nula educación o el exceso de avaricia. Prefieren, no obstante, al ladrón de guante blanco que no hiede, al bandido simpático que los toma por ingenuos, al corrupto que mata su moral en beneficio propio y de su herencia, al que exige cumplir la ley que él no cumplió, al que pasa por benefactor de pobres a los que esclavizó, a la hipocresía.
Efectivamente, lo que no cuesta no se valora. Por tanto, la Administración, ha de proteger a sus administrados al igual que lo hace la Naturaleza. El Sistema debe procurar el mínimo de supervivencia a sus moradores, en libertad, con un trabajo con el que  ganarse la vida, además de permitirles la aventura que los encumbre y los haga ricos, si es lo que desean.

Líbrese a mecenas y altruistas, a ONGs y Fundaciones, y asegúrense medios para una vida digna.

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