jueves, 1 de septiembre de 2016

EL DEBATE DE INVESTIDURA

-         - Pepe, Pepee. La suegra  ha muerto. –Gritó Juan desde un cuarto piso a su cuñado, que vivía en el bajo. Pepe, gesticulando no haber oído, voceó a Juan hacía arriba:
-              - No lo siento.
-              - ¡Coño! Ni yo tampoco  –respondió Juan- pero habrá que enterrarla.
En España también hay cosas que enterrar, nos gusten o no, pero con la inactividad nunca iremos de entierro. Los problemas y sus efluvios se agrandan y la indolencia no los resuelve.

Ayer, viendo los debates de la investidura y pensando en la pasividad de Rajoy, me vino a la memoria el chiste que antecede. Relacioné los discursos nacionalistas con la primera de las guerras mundiales que la Ilíada describe y copie una de sus frases, que dice: “Sanemos cuanto antes el mal. Pronto haréis que se agrave con la actual dejadez”. Así que, aquí, sin dioses ni semidioses, sin absolutos reyes ni infinidad de pueblos, nos aferrarnos a la ley (que con Rajoy comparto, pero puede enmendarse) o retrocedamos hacía aquellos tiempos de Troya (a los que a mí no me gustaría volver). Discurrí que prefiero una separación de nuestros pueblos contraviniendo o no la ley (y bien que lo lamentaría) antes que sacrificar la democracia en la que todos los pueblos podemos ser uno y llamarnos, por ejemplo, Europa. Amo mi lugar de nacimiento (pueblo, región, país) en el que hoy, por fortuna, impera la libertad y poco, o más bien nada, me importa ceder soberanía a quien nos gobierne con democracia, justicia y equidad, pues bien sabemos los ciudadanos que patria,  independencia, soberanía no son sino palabras que los dirigentes aprovechan en su propio beneficio. Deseo, más pronto que tarde, nos inculquen el fervor y el orgulloso de ser europeos.
  
Me encantó escuchar los debates de ayer. La libertad con que cada uno de los intervinientes se expresaba. El respeto, el orden, la conducta con la que se manifestaron. Ideas, puntos de vista, interpretaciones o perspectivas diferentes. Claridad, vehemencia, palabras y gestos posibles para entenderse pacifica y honradamente. Alabé la democracia en mi fuero interno y sentí vergüenza ajena de aquellos “padres de la patria o diputados” que, a través de la escuela, domesticaron mi juventud con su democracia orgánica, con su dictadura, con su terror y su tiranía. Nunca les perdonaré el miedo que me impregnaron con su religión y espíritu nacional. Su suciedad, su corrupción, sus malas artes amputaron el vigor supremo de mi mocedad.

Entonces, ante la muerte del enano asesino y golpista, el dictador de Franco, cundió el temor de la ingobernabilidad del pueblo español. Tanto se repitió, que muchos llegamos a creérnoslo, al igual que ahora sucede tornando en verdad tantas y tan descaradas mentiras que se airean y numerosas personas las creen a pie juntillas, sin siquiera cuestionarlo. Falla la verdad y, en su sustitución, con sus argumentos, invocan al chantaje y al miedo, tratando de ser creíbles.

Ayer comprendí las mentiras de Rajoy auto-complaciéndose con su gestión,  protegiéndose de los ataques que recibía e, incluso,  justificándose de no ser el culpable de las segundas elecciones, llegando a decir que nadie le pidió que se abstuviera en la investidura de Sánchez (nunca nadie sabe nada y menos cuando sus intereses están por encima de los demás) a lo que Rivera le recordó los escritos que le habían cursado. Y es que la mentira es una defensa; una humana protección con las patitas cortas, si bien, para cuando se descubre, tal vez, sea tarde para actuar. Por tanto, con mentiras tan flagrantes, los políticos deberían tener su castigo y además no ser votados.


Son, pues, los razonamientos de unos y otros los que perturbaron mi ánimo, aunque ello no me desaliente, ya que mi fuero interno está satisfecho con la democracia que en hemiciclo se respiró (aunque fuera “de baja intensidad”) para redactar lo que acabo de escribir. Otro día hablaremos del delito que representa el dinero negro (un 30% de nuestra economía) del que nadie habló.  

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