sábado, 26 de noviembre de 2016

NUEVA ACCIÓN

El paso del tiempo en nuestras vidas es una certeza que cada cual contará convencido de su verdad. El relato de la historia por tanto, no es sino una parte de lo acontecido, interpretado  por quien lo describe; sin embargo y pese a ello, puede orientarnos y servir de referencia para emprender nuevas acciones. 

Nacimos con la grafía de los genes paternos y comenzamos de cero aprendiendo a comer, a caminar, a distinguir y a expresar los genes heredados o no, conforme a infinidad de factores externos que recibimos. Tales mecanismos determinarán nuestras circunstancias; no obstante, cuando más cerca estamos de agotar nuestro tiempo (ese mudo vigilante que pasa desapercibido) más reparamos en él, lamentando haberlo desdeñado. Es pues, desde el inicio de la vida, cuando hay que modificar aquello que interese  y no esperar, ya que el tiempo (ese inexorable guardián que no aguarda) es el valor más preciado que poseemos. Disponer de él, con arreglo a nuestra aspiración, es lo que importa.

Será necesario cambiar la estima al dinero (ese bien que hoy en día todo lo mueve) y darle el justo precio considerándolo el instrumento de cambio que realmente es. En otra época lo fue la sal, el coco, el oro e, incluso, la mujer. Para ello la sociedad, a través de la Administración,  ha de dotar al hombre de la mayor seguridad posible que le permita establecer su futuro,  procurándole, en todo tiempo, una  subsistencia digna, que se pagará en efectivo, en especie o con ambas a la vez, que cubra sus cinco exigencias primordiales: comida y vestido, cobijo, salud, educación y cultura, justicia y oportunidad. En la infancia y en la vejez mediante una renta básica y en la juventud y la adolescencia proporcionándoles ocupación. Una ocupación obligada (educación y trabajo) que los haga útiles, si el propio interesado no es  capaz de conseguir.

Será vital que el joven aprenda y, estudiando o formándose laboralmente, elija lo que le guste o para lo que se considere capacitado, sin atender a las salidas que pueda tener. Más tarde, encaminará sus pasos a ganarse la vida con algo con lo que se identifique y, además de sentirse satisfecho, cobrará por ello y lo realizará perfectamente.  Siempre le quedará el recurso, si no acierta en su elección, de aceptar la ocupación que le asigne la Administración: atender a niños, ancianos o impedidos; cuidar de jardines, playas o montañas; arreglar monumentos, calles o carreteras o cualquier otro trabajo tan digno y necesario como los demás; o la de quedarse en paro sin remuneración.

El tiempo, como todo el mundo sabe, por medio del empleo rutinario y el uso que realicemos en la práctica de nuestras actividades crea, modela, transforma costumbres, tradiciones y hasta la singularidad genética que hemos citado, cuanto más ¿qué no hará con el modelo actual de precariedad en el trabajo que la Administración amoralmente permite y trata de vendernos?

Es inadmisible que el trabajo (y por tanto la vida de muchas personas) dependa del un Mercado laboral injusto, ruin, especulador y esclavo, que en silencio, sin hacer ruido, va dejando cadáveres en las cunetas: víctimas sin voz que no cuentan, ni se alzan contra quienes los mata poco a poco, privándolos de ocupación con la que conseguir mantenerse con vida. Remediarlo depende del Gobierno que se escuda en el dinero, cuyo costo, si tuviera en cuenta su rentabilidad y otras medidas complementarias, sería negativo.


Emprender esta NUEVA ACCIÓN daría lugar a beneficios incalculables en lo que realmente importa: el bienestar del hombre. Todo lo demás son cuentos chinos con los que nos engañan. Será el tiempo (ese fiel justiciero inmutable) quien lo explica de forma sencilla: el derroche del gasto está en la avaricia del que no mide; lo ponderado en el consumo eficiente y necesario.

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