El mayor desastre entre los
hombres es la guerra. Una guerra que
perdurará por mucho que los modos, los materiales, los sistemas cambien. Por
mucho que se hable del desarme, de evitar el armamento nuclear o se elogie la
paz. Por muy poderosos que sean los pueblos, los resultados, entre los
contendientes, siempre serán los mismos: destrucción, calamidades y muertes. Una absoluta aniquilación humana daría
lugar a un absoluto silencio.
Reflexiónese, que hoy y siempre, el detonante de la guerra es el interés
económico, fiel servidor de la desigualdad social que, a su vez, crea
indignación e incultura.
Actualmente, en los lugares con cierto
bienestar, la guerra tradicional o de guerrillas hiberna o se ha detenido, pero
el terrorismo campa, justificado por creencias febriles y fanatismos absurdos,
merced a las diferencias sociales. El terrorismo pues, es la guerra moderna
que, incluso, con escasos medios, extiende el pánico por doquier y
desestabiliza la convivencia.
La Europa comunitaria, el modelo
a seguir desde después de la segunda guerra mundial, se desmorona si no se ha
desmoronado ya. La razón principal es atribuible
a la pobreza e indignación de la gente,
sabedoras que sus gobernantes las originan y las propician, si bien, puede remediarse
todavía tomando medidas acertadas. De estas, machaconamente, venimos hablando
en este blog, a fin de acortar las distancias sociales y culturales. Sin
embargo, la más urgente consiste en que
Europa, a través de sus dirigentes, deje de sembrar odio.
El odio es un germen
peligrosísimo. Se instala en las personas (hombres, mujeres, niños) que son
repudiadas. Entre los que huyen de la guerra (ajena a ellos) presas del pánico
y la muerte. Y no es para menos. Cada minuto que pasa sus heridas se hacen más
profundas. Necesitan cobijo y medios para, dignamente, salir adelante. Y Europa
no se los proporciona. Al contrario, los desprecia, los rehúye, les da la
espalda.
Ese odio es simiente de terror que el tiempo convertirá, a quién lo pruebe,
en terrorista. Rechazar, abandonar a millones de seres humanos a su suerte,
es el caldo de cultivo para crear resentimiento que lleve a los hombres a la
radicalidad o al fanatismo. Nada tienen
que perder. Nada que agradecer. Europa les cierra las puertas.
En España hay campos baldíos,
pueblos deshabitados que se puede repoblar y hacerlos grandes, tal vez, como en
otra época lo fueron. En muchas partes de Europa también los habrá. ¿Qué odio sentiríamos nosotros si, como
ellos, nos viéramos rechazados? ¿Qué
enseñanza daríamos a nuestros hijos: la del perdón o la del desprecio? ¿Cuál de
las dos aprenderían obligados a pasar calamidades por evitar una muerte segura?
¿Incorporarán la venganza a sus usos para compensarse en el futuro, a través
del terrorismo? ¡Es lamentable que dirigentes
europeos siembren perniciosos gérmenes alegando beneficiar a su población con
razones injustas y sin caridad! Parecen no entender que con su decisión
insolidaria, cruel y corta de miras, ponen en peligro el devenir de la gente
europea a su cargo. Ni siquiera se han replanteado dónde, cómo, de qué forma
incorporarlos en nuestras vidas. Reconózcanlo.
Reconozcan su culpa y varíen el rumbo tomado. No hacerlo será una
torpeza de imprevisibles consecuencias de las que no lograremos salir indemnes
por la indignación que causan. Prefiero equivocarme, pero…, de no rectificar a
tiempo, un devenir funesto nos
aguarda.
¡Europeos: evitemos el dolor de la gente inocente que nos necesita y
nos pide ayuda!
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