sábado, 6 de mayo de 2017

DESCOFIAD

No cabe la menor duda.  Estamos viviendo  tiempos alucinantes. Entre otras razones, porque no tenemos otros, ignoramos los que están por llegar, y los pretéritos transitaron con excesiva parsimonia, sin pruebas contundentes de que fueran ciertos. Hoy la velocidad e inmediatez en la comunicación de los hechos, los comentarios y noticias se arruinan en un plis plas, sin apenas haberlos digerido. Lo triste, lo peor e, igual que ayer, sin ser comprobados. En infinidad de casos, cuando se detecta la realidad, la verdadera versión, ya es pasado y el objetivo de la falacia lanzada por el mentiroso se ha cumplido e, incluso, para la posteridad.

¡Tanto se repiten las cosas que, de tanto oírlas, se consideran ciertas!

¿De qué instrumentos disponemos las personas de a pie para dar o no verosimilitud a un acaecido que acabamos de leer en letra impresa o de escuchar en algún medio? ¿Y qué decir de los montajes, engaños, manipulaciones, falsificaciones que pasan por auténticos?

No hace tanto, sectas sin escrúpulos adoctrinaban a gente joven negando abiertamente, por ejemplo, el holocausto judío. Argumentaban con pruebas adulteradas que jamás existió, tratando de ensalzar el nazismo que practicaban. Otras, de signos opuestos, restaban importancia a los crímenes estalinistas sucedidos a fin de no empañar la fe en la dictadura del proletariado. Holocausto. Dictadura. Palabras de significados detestables. En parecidos términos actúan partidos, religiones, empresas… mediante misivas, prédicas, anuncios... con sus trolas tendenciosas en pro de sus intereses. Añadamos a éstos  el manejo de los medios digitales por parte de sus partidarios que corroboran, retuitean, copian y pegan, modifican e, incluso, inventan de buena fe la noticia aparecida (sin fechar ni dudar) produciendo un efecto multiplicador imparable que, en la mayoría de los casos, se convierte en verdadera.

¿Cómo distinguir el trigo de la paja? ¿No hay control imparcial que pueda, lo antes posible, confirmar o desmentir lo sucedido? ¿Algún color, alguna clave, algún signo que nos lo diga? No basta la intuición para detectarlo. Habremos de tenerla en cuenta, sin embargo.

Los mensaje que más impactan (y de eso los que más saben son los publicitas y profesionales de la conducta humana) son aquéllos que agitan emociones de dolor y placer estimulando sentimientos arraigados (miedo y satisfacción, odio y compasión, venganza y aceptación), sin que seamos capaces de remontarnos a sus orígenes y causas.

Por cuanto antecede, salvo mejor criterio, deberíamos abstenernos de dar pábulo a lo que no estamos ni seguros ni convencidos de que sea fidedigno, pese a que posea un atractivo poderoso. Desconfiemos. Cuestionemos el mensaje. A lo sumo, démoslo a conocer con toda reserva. 

Los malos viven de los ingenuos como el capital de los pobres o los corruptos de sus inductores. Y de demostrase el embuste, pregonarlo a los cuatro vientos remarcando su falsedad, asignando un color rojo de flagrante peligro.  

Debemos atajar y poner fin a males tan perversos, producto de intereses espurios (la gran mayoría económicos), con la indiferencia o no mostrando su contenido. Si perseveran, revelemos expresando: Ojo: falacia. Que sus autores se incluyan en una lista de Bandidos para, en su caso, darlos a conocer como se hizo con los vomitados en los Papales de Panamá.


Combatir tales prácticas dará sus frutos como los dieron la lucha contra la esclavitud y la pena de muerte. Se irán equiparando derechos y la impiedad o el infierno dejarán de aterrar.  

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