No cabe la menor duda. Estamos viviendo tiempos alucinantes. Entre otras razones,
porque no tenemos otros, ignoramos los que están por llegar, y los pretéritos
transitaron con excesiva parsimonia, sin pruebas contundentes de que fueran
ciertos. Hoy la velocidad e inmediatez en
la comunicación de los hechos, los comentarios y noticias se arruinan en un plis
plas, sin apenas haberlos digerido. Lo triste, lo peor e, igual que ayer, sin
ser comprobados. En infinidad de casos, cuando se detecta la realidad, la
verdadera versión, ya es pasado y el objetivo de la falacia lanzada por el
mentiroso se ha cumplido e, incluso, para la posteridad.
¡Tanto se repiten las cosas que, de tanto oírlas, se consideran
ciertas!
¿De qué instrumentos disponemos
las personas de a pie para dar o no verosimilitud a un acaecido que acabamos de
leer en letra impresa o de escuchar en algún medio? ¿Y qué decir de los
montajes, engaños, manipulaciones, falsificaciones que pasan por auténticos?
No hace tanto, sectas sin
escrúpulos adoctrinaban a gente joven negando abiertamente, por ejemplo, el
holocausto judío. Argumentaban con pruebas adulteradas que jamás existió, tratando
de ensalzar el nazismo que practicaban. Otras, de signos opuestos, restaban
importancia a los crímenes estalinistas sucedidos a fin de no empañar la fe en
la dictadura del proletariado. Holocausto.
Dictadura. Palabras de significados detestables. En parecidos términos
actúan partidos, religiones, empresas… mediante misivas, prédicas, anuncios... con
sus trolas tendenciosas en pro de sus intereses. Añadamos a éstos el manejo de los medios digitales por parte de
sus partidarios que corroboran, retuitean, copian y pegan, modifican e,
incluso, inventan de buena fe la noticia aparecida (sin fechar ni dudar) produciendo
un efecto multiplicador imparable que, en la mayoría de los casos, se convierte
en verdadera.
¿Cómo distinguir el trigo de la paja? ¿No hay control imparcial que
pueda, lo antes posible, confirmar o desmentir lo sucedido? ¿Algún color,
alguna clave, algún signo que nos lo diga? No basta la intuición para
detectarlo. Habremos de tenerla en cuenta, sin embargo.
Los mensaje que más impactan (y
de eso los que más saben son los publicitas y profesionales de la conducta
humana) son aquéllos que agitan emociones de dolor y placer estimulando
sentimientos arraigados (miedo y satisfacción, odio y compasión, venganza y
aceptación), sin que seamos capaces de remontarnos a sus orígenes y causas.
Por cuanto antecede, salvo mejor criterio, deberíamos abstenernos de
dar pábulo a lo que no estamos ni seguros ni convencidos de que sea fidedigno,
pese a que posea un atractivo poderoso. Desconfiemos. Cuestionemos el
mensaje. A lo sumo, démoslo a conocer con toda reserva.
Los malos viven de los
ingenuos como el capital de los pobres o los corruptos de sus inductores. Y de
demostrase el embuste, pregonarlo a los cuatro vientos remarcando su falsedad,
asignando un color rojo de flagrante peligro.
Debemos atajar y poner fin a males tan perversos, producto de intereses
espurios (la gran mayoría económicos), con la indiferencia o no mostrando su
contenido. Si perseveran, revelemos expresando: Ojo: falacia. Que sus autores se incluyan en una lista de Bandidos para, en su caso, darlos a conocer como se hizo con los vomitados
en los Papales de Panamá.
Combatir tales prácticas dará sus
frutos como los dieron la lucha contra la esclavitud y la pena de muerte. Se irán
equiparando derechos y la impiedad o el infierno dejarán de aterrar.
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