“El que busca el peligro, en él perece”.
Cuesta trabajo pensar que en
próximas elecciones se siga votando al PP.
Ningún tipo de animadversión me
lleva a tal vaticinio si no, más bien, es producto de una modesta y simple reflexión.
No es necesario remontarse en la historia
muchos años para ver que la ley natural de “no hay efecto sin causa” se cumple en todos los casos. Es reciente
y fácil recordar cómo perdió el Gobierno el Partido socialista siendo
presidente Felipe González. Éste, entonces, se enteraba de la malversación de
fondos (de gente de su partido) por la prensa. Hoy, a la vista de las recientes
declaraciones de la que fuera la cúpula del PP, es presumible que Rajoy tampoco
tenga idea, ni recuerde, ni le conste que a su alrededor se está robando. Por tanto, es seguro, que pasará, de igual manera, factura al
PP que preside.
Alianza Popular cambió de nombre por
una cuestión de estrategia. Sus fundadores decidieron cambiar su camisa azul
por otra más populista para conseguir más votos. Hoy, es posible que vuelvan a
cambiar de nombre al igual que lo hizo el partido conservador catalán de Jordi
Puyol y A. Más, por razón parecida. “Váyase
señor Suárez”.” Váyase señor González”: ¿quién no lo recuerda? Nada extraño
pues, que al señor Rajoy lo quieran echar.
Nada es igual, sin duda; pero nada desaparece sino que se transforma. Cambian
las formas y se perfeccionan, pero el alma humana no responde si no al ejemplo
que percibe u observa.
España lleva muchos años acuciada
por una corrupción galopante cuyas consecuencias (el tiempo lo dirá) serán
inimaginables. Golfos, sinvergüenzas, mafias… la están llenando de basura que
apesta y sus instituciones, incapaces de digerirla, avanzan en el desprestigio
ante los ciudadanos que comprueban que, ante ellas, no son iguales, por mucho
que el Gobierno diga lo contrario.
Para nada es justificable el empleo de la fuerza que se combate con la
fuerza, por lo que con ella la gangrena de la podredumbre corrupta no se
elimina, al contrario, se enquista o vuelve a aparecer más tarde. El
partido político que gobierna (y representa al Estado) no debía de emplearla
partidariamente como la emplea. Mal que le pese, debe preservar los compromisos
adquiridos anteriormente y buscar soluciones de consenso, no de violencia. Ha
de cumplir la ley y no retorcerla a su antojo. Ha de dar ejemplo a la gente y velar por la mayoría, sin
desprecios ni mentiras. Olvidarse de prejuicios y reconocer que España es de
todos. ”¿No es triste considerar que
sólo la desgracia hace a los hombres hermanos?”
Todos los partidos políticos no
son iguales. Ni la gente que los componen tampoco. Sus ideologías los distinguen
mientras, en unos y otros, los camaleones transitan a sus anchas. Apegados
todos, no obstante, al dios dinero que puede proporcionar riqueza y poder, merodean
en su búsqueda por caminos inescrutables. Por eso, todos aspiran a mandar
(cuestión legítima muy loable) pero no puede ser a costa de lo que sea.
La ciudadanía ni es menor de
edad, ni es tonta, pese a ser tratados como si lo fueran. Nadie desea un padre que no se ocupe de su familia, que no sabe lo
que pasa en su casa, que no da ejemplo de honradez, ni persevera en las buenas
conductas. ¿Son males del Gobierno del PP?
“Si
a la severidad acompaña la justicia, infunde respeto, y se conquista el cariño
de la gente,” bienvenida sea. Nada dura tanto y es tan perjudicial como un mal ejemplo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario