“Por sus obras los conoceréis”.
En los medios digitales y a
través del WhatsApp observo, cada día más frecuentemente, la mano extraña de colectivos
organizados en darnos a conocer, mediante sus escritos y voces, cuestiones políticas,
sociales, religiosas, económicas… que nos afectan a los españoles.
He llegado a la conclusión que
tales mensajes se producen para tapar las vergüenzas de quienes los emiten. Éstos
manipulan descaradamente lo que sea preciso para conseguir sus propósitos,
tendiendo a crear ambientes propicios y favorables a sus intereses.
Hablan de países para que su
reflejo nos lleve a sensaciones concretas, de temas irrelevantes aparentemente
que impregnen nuestros espíritus, de sucesos alejados de los problemas
que nos afligen para causar explícitos sentimientos, de grandes cifras de
crecimiento con las que sentirnos satisfechos tratando de condicionar una
determinada predisposición.
Nada que ver con el saqueo público, el paro, la
mano de hierro del Gobierno que nos representa o las desigualdades en las que
vivimos. Nada que ver con la ausencia de las responsabilidades políticas, con
el imperio de la Iglesia católica, con el fraude, la debilidad democrática, el
medio ambiente o la igualdad de oportunidades.
Materias en definitiva que nos
desvían de los asuntos cotidianos tratando de elevarnos con dones, grandes
cifras o generalidades que a mí, personalmente, me recuerdan el patriotismo
franquista, sus años de paz o la posibilidad única que había de hablar de toros y fútbol
libremente.
Cargar las tintas objetivamente es
tarea dificultosa, pero repetir y repetir lo mismo en una misma dirección (sea o no objetivo) para
hacer de ello una verdad, es influir en el inconsciente de la gente que, por lo
general, nos dejamos llevar por lo último visto u oído.
Comprendo que resulta muy costoso
distinguir las perversidades de las que hablamos e, incluso, ponerse en el lugar
de los demás, sin embargo, deberemos ir superándolo a medida que ganamos en
conocimientos. No hace tanto leí a Pérez Reverte, al que admiro como novelista,
haciendo una loa de nuestra cultura y civilización occidental para arremeter contra
los miserables e incultos terroristas. No seré yo quien defienda a éstos y
menos todavía a la unilateral guerra que actualmente mantienen contra nosotros,
indefensos ciudadanos. No obstante, detecté que olvidaba premeditadamente,
omitiendo en su escrito, que en otra época los cultos habitantes procedían de
otras culturas y no de las nuestras. Éramos entonces ciegos bárbaros como ahora
lo son ellos, declarando la Guerra Santa
contra los infieles, participando de las Cruzadas organizadas por los más altos
mandatarios religiosos y políticos, semejantes a los de hoy, que desarrollan sus
negocios vendiendo armas. Los hombres debemos descubrir que los tiempos y
culturas son cambiantes, si bien, no han de servir para avasallar o imponerse
con ideas de odio, sino con ideas de paz y de amor.
La cultura, no obstante, nada
tiene que ver con la razón o el juicio, más próximos al respeto hacia el
prójimo, que a la altanería de la que, a veces, aquélla hacer gala. Lo que sí posiblemente
permite, es poder decidir con determinado criterio, aun cuando éste no sea
bondadoso y, por tanto, carezca de belleza. Esa decisión pues, ha de tender
hacía el bien y la solidaridad entre los hombres, procurando evitar que alguien
con sus ideas y negocios provoque odios y enfrentamientos: rememoremos a
quienes, con sus obras o palabras (como con las que he dado
comienzo al presente escrito) nos lo hicieron saber.
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