Desde hace tiempo, a través de
las redes (Whats App, Facebook, Twiter…) alguien con encumbrado nacionalismo
nos viene inundando con subliminales mensajes patrioteros añejos, baratos y
fuera de contexto. Y eso no es lo peor. Algunos
de ellos, subrepticiamente, tratan de sembrar entre nosotros el odio a los
emigrantes como si los españoles no lo fuéramos. Veíamos vídeos de garrulos-macarras-leguleyos que se consideraban graciosos y defensores de “una, grande y libre”
España que pasó a la historia; acusándonos a los receptores de tontos
por permitir que “los no españoles” se aprovecharan de una generosidad ciega
prevista en las leyes de España, aunque silenciaban los abusos de que eran objeto
por parte de muchos de nuestros poderosos mangantes. Otros se interesaban en infundir el miedo entre la gente
anunciando calamidades y desastres si se optara por posiciones políticas distintas
a las suyas o elegir a personas que no gozan de su confianza y tildan de
infames. Hoy, por desgracia, a raíz de los macabros sucesos en Cataluña, causados
por unos zombis-asesinos contra gente inocente, las misivas se multiplican
exponencialmente sin sentido común, con ánimo revanchista incitando a la
venganza y al “ojo por ojo…”; a levantar muros de intolerancia e incomprensión sugiriendo
medidas irracionales; a volver a nuestras costumbres y principios sin definir a
cuáles; a conducirnos con el mismo fanatismo que los terroristas se conducen.
Son momentos de dolor, de tristeza…, pero también han de ser de fría
reflexión.
Dicen que el universo es infinito, si bien, carecemos de pruebas. De lo
que si tenemos certeza es de nuestra perenne estupidez. ¿Cómo se puede llegar a
tal grado de barbarie y acabar con la vida, impune y aleatoriamente, de tus
semejantes? ¿Qué mente, doctrina u orientación puede conducirnos a matarnos
unos a otros? Sola la perversidad, la diabólica razón que todo transforma, el
arrebato o un desmedido interés por algo que no acierto a comprender, llevan a
cometer tales actos de locura y fanatismo.
Es, por tanto, necesario saber
que ser bueno no es ser tonto y que es preferible serlo a ser un criminal.
Quienes responden a la violencia, al margen de la ley, con violencia, son
igualmente unos violentos. Las civilizaciones cambian de lugar en el tiempo sin
que la educación y el respeto humano se asienten en ellas. Mucho camino nos queda por recorrer para ponernos de acuerdo en que la
paz, la democracia y la libertad son valores a consolidar. Y es que son muy
intensas las voces interesadas que nos gritan tratando de inculcarnos con miedo
u otras triquiñuelas lo contrario. No caigamos en la trampa nacionalista,
religiosa u otra ideológica que lo desmienta. Sigamos a aquellos que predican
el amor y el perdón; a aquellos que nos consideran a todos los hombres iguales
y creen que su convivencia es posible.
El terrorismo (gobernado por anarquía, sigilo, anonimato, demencia...) no distingue entre unas personas u
otras y asesina indiscriminadamente a grandes y pequeños, independiente del
color que tengan, la religión que profesen o el sitio donde hayan nacido. Un
país que se considere civilizado no ha de emplear iguales métodos para
erradicarlo; sólo se combate, pese a quien pese, con la ley y el sistema
político que nos hemos dado, la justicia, la educación y el bienestar similar
para todos sus ciudadanos; por mucho que nuestro instinto animal clame
represalias y el fuego discurra por nuestras venas; por mucho espíritu de
rencor que nos ofrezcan con sus soflamas resabiados conocidos de nuestro alrededor
e invoquen al exterminio de culturas diferentes; por mucho que todos deseemos
acabar con él de un plumazo, aunque lógicamente, deseo y razón, a veces, sean irreconciliables
como sucede entre personas.
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