sábado, 19 de mayo de 2018

FORMAS DE SER


Uno, a veces, considera tener la razón de su parte y no necesariamente es así. Por eso, resulta difícil convencer al empecinado poseedor de su verdad, discurriendo cuál es la verdadera.

Oriol Junqueras respeta a los demás con razonamientos que sólo él mismo cree. Por tanto, no hemos de rasgarnos las vestiduras, por muy convencido que esté de lo que dice. Ahora bien, resulta incongruente que, a la vez, pueda ser de izquierdas (buscador de la perfección en la igualdad) e independentista (reducto ser exclusivo de su egoísmo). Es lo mismo o tal difícil, que ser juez y parte al mismo tiempo (aunque por ende lo sean poderes representativos de un Estado). ¿Tratará de imitarlos si algún día alcanza tan elevado poder? A estas alturas del siglo XXI, resulta inaudito que, para clasificar a la gente, aprecie parecidos genes en los catalanes y los franceses; muy distintos a los nacidos en otras partes de España, fuera de Cataluña.

Respetar las ideas de los demás no es comulgar con ellas. Comulgar con la hostia, cuerpo de Cristo, no significa para muchos, lo hagan o no, que eso sea cierto. Ritos, costumbres, credos, nacionalismos, imposiciones, hábitos, incultura… son lo que separa a los hombres. Cada una de las religiones se arroga ser la universal,  la verdadera, la única a seguir.  Seamos bondadosos tendiendo a la igualdad y al bien, no al separatismo y a la maldad. ¿Hay algo más irrespetuoso que lo excluyente? Cualquiera puede contestarse.

No sé si los complejos de inferioridad se representan en los genes. A ellos acuden buena parte de catalanes para hallar diferencias con el resto de españoles. Posiblemente, nada tenga que ver, pero me da la sensación que, tal vez, si lo tengan los dogmas de la estupidez, la grandeza, el terror, el fanatismo, la demencia que, sumamente peligrosas, fueron las mismas que se manifestaron con el fascismo en la Italia de Mussolini o el nazismo en la Alemania de Hitler. El odio sólo engendra odio. La intolerancia fanatismo. La televisión autonómica propaganda del poder que la transita. La locura, la irrealidad, la enfermedad nos lleva a gobiernos absolutistas.

Quizás hasta Montoro tenga razón al afirmar que “si Cataluña prospera, el independentismo pierde”. Y ¿por qué? Porque los independentistas disfrutan aludiendo que son sometidos e incapaces de alegrarse con el bien general. Necesitan sentirse maltratados para reafirmarse en su condición superior al resto de los mortales. Presentir ser víctimas y alimentar su pesimismo, engendrando su fama de tacaños e insolidarios, es su exclusiva forma de fortalecerse, llegando a persuadirse de lo  injusta que es la vida con ellos. Y, alrededor de tal masoquismo, una vocación como otra cualquiera, se aúnan haciendo de ello su bandera.

Quiero profundamente a los catalanes, no obstante, de un tiempo a esta parte, me están haciendo creer  que mi amor desvaría cuando, en realidad, el cariño, como el respeto, se gana, no se impone. Hoy,  por desgracia, sólo veo en Cataluña dos clases de ciudadanos: los sumisos y los dispuestos a la guerra; a todos les indico que la supremacía no está en la brutalidad sino en el alma de quien la maneja. Así pues, recomiendo a los dirigentes independentistas, con el radical Torras a la cabeza, que se dediquen a crear una secta que es lo que más les caracteriza, instruyendo la fe y el sacrificio entre sus dogmas fundamentales, antes expuestos. Sería todo un éxito, como el que parecen obtener ahora prendiendo la tea iluminadora de la esperanza, en especial, con los ávidos creyentes de la panacea que florece en los jardines ficticios al margen de Europa, con los misterios y brujerías que les prometen, a sabiendas de que todos nos agarramos a lo último que se pierde, máxime, cuando sólo oyen el ruido de su interior al no haberse quitado los algodones que impide a sus oídos escuchar voces diferentes.

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